El otro día estuve mirando en la televisión un noticiero en el que una mujer (llamémosla Julia) contaba que a su ex marido, con quien convivió durante más de una década, después de un juicio lo enviaron a prisión por violencia doméstica (además de pegarle, llegó a intentar quemarla viva).
Me quedé escuchando su relato, lleno de incontables horrores que padeció durante tantos años, y mi sorpresa mayor llegó cuando, ante la pregunta del reportero: “¿Cuándo comenzaron los malos tratos?”, Julia respondió: “A los dos meses de conocerlo”.
Ahí me puse a pensar en qué hace que una mujer se quede al lado de un hombre que la maltrata (de una forma u otra), incluso antes de que se pueda hablar de una “relación”. Ya que cualquiera diría que a los pocos días o semanas de conocer a alguien, en caso de que traten de hacernos un daño (ya sea psicológico o físico) la persona huiría de inmediato y que lo realmente difícil es desarmar una pareja de mucho tiempo, con hijos en común.
Pero aun así, hay seres (principalmente, mujeres) que “apuestan” a un futuro en común apenas se topan con alguien que quiere estar con ellas, sin filtros, priorizando sus propias idealizaciones, como:
- “qué lindo que es estar de a dos”;
- “me gusta tener a alguien que me espere al volver del trabajo”;
- “una pareja te ayuda y te acompaña”;
- “mejor una familia ensamblada que criar a mis hijos en soledad”.
Idealmente, esto suena muy bien, pero es necesario abrir bien los ojos y darse cuenta de que, si el otro desvaloriza o agrede (con la palabra o físicamente), no es el príncipe azul sino un atisbo de monstruo.
Algunos motivos que me vienen a la mente de por qué una persona se quedaría con quien la maltrata desde el comienzo:
- al haber habido violencia y temor en su hogar de origen, le parece bastante normal vivir en un clima similar;
- su desesperación por encontrar pareja y por llenar vacíos es tan grande que acepta, literalmente, cualquier cosa;
- su autoestima es muy baja y el victimario encuentra allí el caldo de cultivo indicado para tender sus redes, manipular y someter;
- su costumbre es minimizar lo que sucede u ocultar la realidad y aplica el mismo patrón aquí;
- siente cierto grado de estigmatización por estar sola o cree que lo mejor para sus hijos es tener una figura masculina en el hogar (sin tener en cuenta aprenderán estos comportamientos para su futuro);
- piensa que un día mágicamente se levantará y el otro se habrá convertido en el ser ideal, o que con el tiempo, su amor y su paciencia, ella logrará que él cambie (esto tiene cierto grado de verdad: los violentos con el tiempo suelen volverse más violentos).
Si te sientes identificada con alguna de las descripciones anteriores y no tienes una pareja, estás a tiempo de no caer en las garras de una persona que intenta hacerte mal. Sí, aunque te cueste creerlo, hay quienes deambulan por el mundo buscando a quién agredir, insultar, humillar, subyugar. No tienes por qué tolerar ni un solo golpe ni un solo comentario que intente dejarte sin fuerzas, perturbarte o insultarte. Recuerda que los primeros tiempos son para conocerse y tienes la posibilidad y el derecho de dejar de ver a esa persona antes de que el vínculo incipiente se transforme en una relación (enfermiza). Sin duda alguna, este sería un paso muy saludable para dar y que te llenaría de orgullo y satisfacción.
Si ya estás en pareja con alguien violento, todos los días son un buen momento para pedir ayuda y para contarle a alguien lo que te está pasando. Tu integridad y la de tus hijos es lo primordial. Si no quieres acudir a alguien cercano o a un familiar, hablar con un médico o con otro profesional con los que no tengas relación habitual es un buen inicio del camino de vuelta a la tranquilidad.