Las mujeres, además de ocuparnos de las tareas profesionales o del hogar de las que nos hacemos cargo, solemos prestar mucha atención al hecho de vernos bonitas, a la moda, con el cabello bien peinado, las uñas pintadas…
Si un hombre tiene pancita o es medio pelado, ¡no hay problema! ¡Y se lo puede considerar sexy, aunque incluso tenga varias decenas de años en su haber! Pero a las mujeres nos demandan otra cosa…
Sentimos permanentemente la presión de estar lindas, flacas, arregladas, ser profesionales, generar dinero, ser buenas madres, ir al gimnasio, ocuparnos de nuestra pareja y de nuestra casa, cocinar como si fuéramos chefs expertas, vernos siempre espléndidas…
¿De dónde proviene semejante exigencia? ¿Es meramente externa y nosotras sucumbimos a ella? O, en nuestro afán de afirmar que los tiempos de nuestras bisabuelas han cambiado para siempre y de demostrar que ya no estamos relegadas, que estudiamos, trabajamos y somos femeninas; que ocupamos un lugar destacado; que podemos tomar nuestras propias decisiones, sin consultarlas siquiera con las personas que nos rodean… ¿no estamos dejando demasiado en el camino?
¿Y qué podemos hacer hoy mismo para sentirnos mejor con la persona que somos realmente, para aceptar con inteligencia nuestros límites y para ser felices con nuestra realidad?
¡Qué bien lo dicho! Es como si nos pidieran ser superhéroes con tareas de hogar incluidas y sin superpoderes. ¿Es que las gafas de la moda son más poderosas que el escudo? A veces, me siento como si tuviera un equipo de apoyo invisible que solo grita ¡Más ejercicio! y ¡Pinta tus uñas!. Pero bueno, ¿qué vamos a hacer? Seguimos corriendo, intentando ser la versión perfecta que nadie pedía, con un chasquido de dientes y la mente en la próxima tarea. Es parte del juego, ¿verdad? La única cosa que faltaría es una botella de suerte instantánea para cuando se nos olvida si hoy usamos el sérum o la crema. ¡Vamos por la felicidad con nuestras limitaciones, que son más divertidas así!